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Grité, como cada noche al despertar de mi letargo. Las pesadillas, a las que estaba tan acostumbrado, no habían dejado de sucederse una tras otra mientras duró mi sueño. Tardé unos segundos en regresar a la realidad y percatarme de que mi equipo de música continuaba encendido y el cd de los Pixies no había parado de girar durante todo el día. Recordé entonces que el cadaver de mi última visita seguía dentro de la bañera. No sentí remordimiento alguno. A mi juicio, se lo merecía. Uno de tantos pirados que pensaba que los demás estaban a sus pies, que lo controlan todo y habría que rendirles culto.
Bueno, la verdad es que me estoy tratando de justificar demasiado. En el fondo aún tengo remordimientos cada vez que arrebato una vida.
Me encaminé hacia la salita ignorando el cuerpo que estaba en el baño, con su apretadísimo nudo de corbata. Los vasos de whiskey sobre la mesita que tengo frente al sofá, parecían testigos de una conversación interesante. El mío, evidentemente lleno, no representaba más que mi papel de oyente atento y abrumado por el conocimiento desmesurado del invitado... Nada más lejos de la realidad. Lo único que representaba ese vaso de whiskey aguado era mi desprecio por semejante bebida. Por cualquier bebida en realidad. Había olvidado el sabor de las cosas desde que mi cuerpo comenzó a rechazarlas.
Me senté en el sillón, junto a la mesita redonda con el paño de croché y el florero. Los claveles se habían secado. Empecé a pensar en cómo librarme del cadaver. No solía matar a mis víctimas, tan sólo les robaba algo de esencia. Matarlas era un inconveniente para los tiempos que corrían, demasiado trabajo. Además de que tampoco iba con mi naturaleza. Matar me causaba dolor y remordimientos. Me atormentaba de noche y agobiaba mi dormir diurno.
Opté por vestirme, echarme algo de perfume y salir de aquel refugio. Pero no, antes debía sacar ese horrible cuerpo desangrado de mi casa. Tirarlo desde la azotea era tentador, pero demasiado arriesgado y por claros motivos la policía sabría que no murió con el impacto. Meterlo en uno de mis sacos y echarlo al río borraría huella alguna y me daría la tranquilidad de saber que podían no encontrarlo nunca. Así que al final no me cambié de ropa, ni me perfumé, sino que me coloqué unos guantes de esos quirúrgicos y metí al desgraciado empresario en un saco de plástico negro, que até fuertemente con un nudo. Saqué el paquete al descansillo, apagué la música y cerré la puerta a mis espaldas para a continuación, acarrear mi problema durante tres pisos y una breve caminata hasta el maletero de mi coche. Un precioso Laguna color océano.
Tras un corto planteamiento me decidí por el lugar que consideré más apropiado y fácil. Junto al paseo marítimo había un pequeño muelle de madera de tablas carcomidas, justo frente a un barrio un tanto marginal de casas bajas, al pie de las marismas que el Odiel formaba en esa zona. Allí era hacia donde me encaminaba.
sábado, 27 de enero de 2007
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Dice Lila Downs en "Mi corazón me recuerda": YO SOY EL TIEMPO QUE PASA... ES MI MUERTE LA QUE VA EN LOS RELOJES ANDANDO HACIA ATRAS.
Soy su fan number One.
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