las 4:30 de la madrugada... tomándome un té frío genial para la garganta y degustando unas extrañas patatas fritas con sabor a pollo al horno con limón y tomillo... que no dejan a mi paladar indiferente y que sin duda no volveré a probar.
Ya hablé anteriormente del gato negro. Siempre me lo encontraba en mis paseos nocturnos, cuando iba a buscar el café o algo que distrajese a mi estómago en estas horas nocturnas, pero hoy ha sido diferente...
Estaba aquí en mi mesa, realizando la auditoría de facturación cuando de pronto, como la otra vez, me sentí observado. Giré mi cabeza hacia la puerta que da acceso al mostrador y al hall, y mis ojos se clavaron en esos ojos amarillos y redondos. Allí estaba ahora, mirándome impasible a poco más de un metro de distancia. Se había aventurado a salir de la cocina, quien sabe como, y a subir hasta el hall. Pero no sólo eso, sino que entró a visitarme, a mirarme y provocar un escalofrío que recorrió mi espalda. Le hablé, y simplemente me miraba. Traté de mostrarme afable, pero sólo centraba sus ojos en mis ojos. ¿Qué haces aquí? Me levanté y no se inmuto. Sólo cuando me quise acercar comenzó él a alejarse.
Se ocultó tras una columna, desde la que de nuevo me observaba, preguntándose, imagino si debía confiar en mí. Luchando contra un instinto que le pedía que huyese, porque quizá creyese que en mis manos estaba proporcionarle algo de comida... me volví a acercar, y se revolvió hasta situarse a mis espaldas y dirigirse al pasillo oscuro del que imagino que llegó rato antes. Se giró y me observó de nuevo, desconfiado pero imperturbable. Decidí entonces que nuestra absurda cita había terminado. Volví a mi mesa, y él se marchó trotando silenciosamente hasta desaparecer en ese tenebroso pasillo, buscando de nuevo la soledad, frente al miedo de acercarse a un extraño que quizá pudiera haberle provisto de comida o amistad, quizá pudiera haberle dado una muerte sinsentido.
viernes, 18 de enero de 2008
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