Era espesa la arboleda
y los mosquitos de la tarde
me asediaban.
Yo planté mis emociones
sobre un tronco, en el que
alguien no encontraba su cabeza
y yo esperaba por los dos,
y me dormía.
Y lamentaba no tener la intimidad
de un cuarto caldeado
con alfombras y cojines.
La sencilla sensación
de un par de brazos
aferrados a mi pecho.
Volvían el frío y el miedo
cuando dos disparos
desgarraron mi cabeza
y mis recuerdos.
lunes, 28 de mayo de 2007
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