Llamaradas de un invierno
que pasé en verano
y que la gente no importaba,
ni las caricias solitarias
de manos que no fueron tuyas.
O todos esos corazones
que escupi, sangrantes,
al haberlos masticado
egoistamente.
Era la infelicidad,
que por desidia me forzó
a pasar de cuerpo en cuerpo
mientras que bajo mis párpados
siempre eran el tuyo.
¡Y siempre me pertenecían!
y pude rechazar y odiar
a quien me parecía,
cuando sin éxito
intentaba odiarte a tí.
lunes, 28 de mayo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario