Intenté sentirme cerca
de ese mirador,
contemplando desde lejos
los testigos.
Escuché que la ciudad
nunca se calla
y contigo nunca oía
los ruidos.
En el cabezo fingido,
albero y blanco
desde donde se podía
ver tu casa,
ocultábamos ya juntos
nuestros labios
y las manos con fuego
susurraban.
Estando lejos, lejos
y nublado,
se elevaba aquel muro
creando, simulando,
la fortaleza en que jamás
volvería a entrar.
Teñido el cielo
de tu mirada,
amanece el reflejo del sol
sobre la arena
de la playa
y espero, acojo aromas
que no me recuerdan a ti
en nada.
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